Horas antes del ataque, las Fuerzas de Defensa de Israel advirtieron a los habitantes de la zona sobre la supuesta cercanía de “instalaciones terroristas” y los instaron a evacuar. La operación fue confirmada por voceros militares, quienes justificaron la acción por razones de seguridad nacional.
Medios locales registraron explosiones de gran magnitud en áreas densamente pobladas, lo que generó caos entre los residentes. Las imágenes de humo, escombros y gritos han dado la vuelta al mundo.
El presidente libanés, Joseph Aoun, condenó el ataque como una “flagrante violación” del alto el fuego vigente desde noviembre. El primer ministro Nawaf Salam también se pronunció: “No puede haber estabilidad mientras Israel continúe con estas violaciones diarias”, declaró.
Salam afirmó que el ejército libanés ha desmantelado más de 500 posiciones de Hezbolá al sur del río Litani como parte de los compromisos de la tregua. Reiteró que el Estado busca ejercer el monopolio del uso de armas en todo el territorio.
Las autoridades israelíes insisten en que sus acciones apuntan únicamente a instalaciones militares de Hezbolá. Sin embargo, el uso de zonas civiles como blancos ha sido cuestionado por diversos sectores internacionales.
El contexto es especialmente delicado. El grupo islamista, debilitado tras un año de enfrentamientos, ha visto reducida su capacidad operativa. Pero los ataques también podrían generar una nueva escalada.
La tensión entre Israel y Líbano se incrementa. Mientras Tel Aviv mantiene posiciones militares en la frontera, Beirut exige respeto a la soberanía y advierte sobre el riesgo de un conflicto abierto.
El impacto humanitario también preocupa. Las evacuaciones continúan y las autoridades locales temen nuevos bombardeos. En paralelo, se espera que organismos internacionales evalúen posibles violaciones al derecho internacional.